El reglamento Dublín, actualmente en refundición, pretende conservar el espacio de libre circulación más que repartir a los solicitantes de asilo entre los Estados miembro. La crisis migratoria de 2015 demostró que este sistema podía contribuir a poner en peligro el espacio Schengen, alimentando una crisis de confianza entre los Estados miembro, y empujando a la Unión Europea a cooperaciones con terceros países inciertas y arriesgadas para sus valores. Si hoy parece necesario un mejor control de las fronteras, ello no permitirá sin embargo eludir la cuestión de un salto cualitativo en la solidaridad migratoria europea.